Fenómenos naturales: ¿Has visto el cielo hoy?

November 26, 2017

Por Mario Espinosa

Las obsesiones de Peter Greenaway son fáciles de identificar. Entre ellas, la fascinación por la simetría, la superposición frenética de imágenes, los travelling interminables que atraviesan escenografías barrocas, el cuerpo (desnudo), la caligrafía y el agua. Está también lo carnal, poética recurrente en otros –Sade, Artaud, Bukowski, Cronenberg, Winding Refn, Sid Vicious−. Aquí el arte se desplaza horizontalmente por territorios orgánicos, recurre al sexo, al hambre y al dolor; por eso, lo elemental (referente a los cuatro elementos) no escapa del cine físico de Greenaway. Adopta fuego, tierra, viento y agua en pos de nuevos conceptos, con un resultado formal similar a la yuxtaposición de Eisenstein y a la fijeza retórica de Tarkovski por el agua y el fuego. Este autor es uno de esos pocos que tienen la virtud del filtro estilístico, la que le otorga la capacidad de transformar los temas que tanto repite, prensándole su propia huella. 

El cortometraje Fenómenos naturales no tiene nada en común con la estética de Greenaway, pero sí comparte su anhelo por un procedimiento estilístico capaz de generar visiones únicas y personales. Hace unos años Marcos Díaz Sosa, el director de este corto, participó en la Muestra Joven con el documental Fractal (2005, en codirección con Kayra Gómez Barrios y Marcel Hechavarría Pérez), una pieza bastante peculiar. Con el estilo sucio que le exigía una prehistórica cámara digital, desarrolló la arriesgada idea de un documental sobre él mismo haciendo un documental. Después de una década ha intercambiado el primitivismo experimental y amateur por un sello sobrio y preciso. De todas formas, y sin intención de señalarlo como un fallo, Fenómenos naturales alberga una contradicción. Mientras que en lo formal no pretende abandonar la estética de la cámara exacta, no le importa que el plano narrativo sufra el caos de la experimentación.

Con una carrera como guionista y un breve paso por la Muestra con Lo que me sé de memoria (2013), este realizador llega con un filme de ficción. Propone una historia fragmentada pero que, a la vez, no deja de ser orgánica. F.n. se divide en tres episodios temporales, cada uno con espacio y personajes diferentes, aunque con insistencia sutil sigue una misma línea argumental. Digo «sutil» pensando en que el filme deja sujetas sus claves dramáticas en espacios poco literales, como una foto opaca, una canción, o el diálogo entre dos personajes sobre una película.

Además de sostener un casi imperceptible hilo narrativo, estos tres paréntesis de tiempo, declaran la «obsesión» de Marcos Díaz Sosa; se advierte el deseo estilístico de crear su propio concepto de «lluvia». Sin ser tan inmediata y fácil como la de Gene Kelly, o tan hermética y simbólica como la llovizna de pájaros muertos de Von Trier, o tan sensible y preciosista como la lluvia de ropa de Xavier Dolan, accede este realizador a la más alternativa de las lluvias, la que no cae. No desea, como Greenaway, que el agua impacte contra el cuerpo; para él la lluvia debe quedar suspendida y gris en un cielo figurativo.

Lo que intenta está relacionado con su pánico a ser evidente, el mismo pánico de todo el cine de atrevida narratología. La lluvia no cae, no se dice todo.  Daría lo mismo ejemplificar esta idea con Antonioni, Haneke o Tarantino; sin embargo la cerrada historia de F.n. solo sería comparable con el último de esos tres. Por eso, toda la importancia que le ha dado Marcos al «cómo contar» ha hecho que su espectador se vea obligado a intervenir, no para pulir espacios en blanco (como sucede con Haneke), sino para unir los elementos de un relato completo, pero disperso. Este director ha logrado, o al menos ha esbozado, un estilo propio sin caer en los recurrentes dominios de lo pretencioso, algo de lo que difícilmente escapan los nuevos realizadores. Ha despertado así la verdadera conciencia de lo narrativo.