Esto sí es una elegía

November 16, 2017

Por Nils Longueira Borrego

«No se puede vivir de la historia», enuncia con la mirada perdida un ex-corresponsal de guerra que vive en una Guanabacoa postapocalíptica. No obstante, añade «nadie puede vivir sin historia, deja de existir.» La relación amor-odio de la memoria con su cónyuge por excelencia, el olvido, es la protagonista de nuestra actual reflexión como nación y es el hilo que une cada uno de los testimonios que Días de Diciembre documenta. Son pedazos de la lucha individual de cada cual con sus recuerdos, con un pasado que se arrastra agónicamente en un presente distópico, surreal. Una madre que no recuerda los rostros de sus hijos; un héroe de guerra transportado en el carro de la basura; un periodista que no se resigna al silencio que lo rodea; otros héroes en la siempre olvidada Sierra Maestra de los que nadie quiere acordarse, contrastan y se agolpan en un cuadro armado con los colores siempre fríos de la decepción. La decadencia de los otrora sujetos históricos de la nación impacta por la simpleza con que aflora ante nuestros ojos. El filme reconstruye esas experiencias de vida, escarba en el acervo simbólico de nuestros anales épicos más recientes, desde los archivos personales que cada implicado guarda en una gaveta o en su memoria. Luego, con ese material, el filme procede a rellenar los espacios en blanco de un discurso nacional que está fracturado y fragmentado. Las cartas, las medallas, las fotos, la prensa, las grabaciones de actos, las series televisivas, los documentales, los testimonios, forman un conjunto de esquirlas inarticuladas que derivan como islas en la superficie de nuestra historia. Los pedazos que faltan, las conclusiones extraídas, no se imponen, se infieren; se le dejan al espectador para que las estructure paulatinamente, emocionalmente, en el proceso de la recepción.

Días de Diciembre busca encontrar  dónde está el sujeto protagonista del pasado en el ahora, en el lugar al que llegó luego de la proeza. Los héroes y su familias habitan un espacio socialmente incierto. Fuera de los actos y las roídas medallas parecen no existir, ni siquiera para los mismos que, años antes, otorgaron esas medallas y hoy organizan los actos. En San Pablo de Yao, Delfín y el resto de los veteranos, se resisten al olvido y lo denuncian frente a la cámara porque «la verdad no ofende a nadie.» Oscar Alfonso, en su Guanabacoa inundada, invoca a las aguas para que regresen a su lugar, que se inviertan, y que todo marche como debiera. Y la terrible pregunta se asoma, entonces, artera e implacable, ¿cuál es el sentido de tanta lucha? El documental construye de manera sutil la disyunción entre la realidad inmediata de sus protagonistas y la esencia de la utopía social de la que participaron décadas atrás, utilizando los testimonios para acentuar el impacto del gran relato histórico en la cotidianidad de la gente que vive ese relato. Al presentar fragmentos de documentales sobre la lucha en Angola,  de transmisiones televisivas de actos conmemorativos y de la clásica telenovela cubana Algo más que soñar, no solo demuestra una concepción abierta de lo que pueden ser los textos históricos, sino que recrea la visión oficial siempre recubierta con la mirada poética, complaciente y apologética en la que el personaje principal sonríe mientras una bala lo impacta, y la contrapone a la circunstancias reales: los muros vetustos de las casas de esos los actores reales de la épica, a las calles de tierra inundadas, los techos de guanos, la fría piedra de mármol y la urna  en donde se estrella el dolor de miles de familias cubanas. Más allá de cualquier valor cinematográfico o visual, el principal logro de Días de Diciembre es el esfuerzo por combatir el olvido y poner en la pantalla adónde van a parar ciertos residuos históricos.

El interés por los olvidos del proyecto nacional cubano, por las disfuncionalidades que explican nuestro presente y la preocupación por los vestigios del sueño de transformación social, siguen sostenidamente ocupando un espacio fundamental en el cine cubano. Una señal más de que nadie escapa al implacable sonido de las campanas cuando doblan, porque, aunque algunos crean que no, están doblando por todos.